viernes, 22 de mayo de 2009

CUENTO DE NAVIDAD

Estamos en el bar de Nieto. Las mesas de un lado, la barra del otro, una puerta y una ventana a la calle. Fórmica, mesas frías con mármol, sillas de madera forradas en cuerina verde oscuro. Luz de tubo. Las paredes detrás de los espejos, son de un verde criminal.
Nieto, sirve, lava y cobra. No habla mucho. Cada mañana y cada noche se hace un licuado con limón y ajos y esa es toda la bebida que ingiere en el día, mas el vino del mediodia. Una copa nada mas. Asi el explica su receta de la longevidad.
Tiene a su espalda , arriba de las botellas , un viejo banderín de A Coruña. En Nieto no entran mujeres. Pasan de largo, como si no lo vieran. Ni tampoco entran clientes nuevos. Por lo menos por las noches, que es por lo que puedo dar fé.
Los que vamos regularmente somos tres: Rojitas, Concordia y yo.
Vamos ahí porque Nieto te sirve cerveza x litro y porque en las mesas de al lado se juntan varios dealers de Congreso. En el baño de Nieto hay luz verde para hacer las transas y jalar.
Rojitas es salteño y ademas, poeta. Eso dice el. A veces nos recita sus poemas, con los ojos rojos y cansados. Trabaja en una imprenta por Barracas. Tiene el dedo índice de la mano izquierda por la mitad, amputado por una maquina de imprenta, como Lula, dice. Tambien que estudió Letras en Tucumán durante la dictadura. Lo cagaron a palos mil veces, nos dice, y nos hace tocarle la cabeza para mostrarnos los magullones y la verdad es que la tiene bastante jodida. A los coyas como nosotros, nos daban como en la guerra los milicos. No tiene mas de treinta años pero se lo ve como alguien que viene resistiendo hace mucho. A mi me da miedo porque a Rojitas, ademas de snifarse, le gusta la jeringa. Me da miedo que se muera.
Concordia tambien es salteño. Siempre está callado, es mas de escuchar. Es ayudante de cocina en un Restaurant.. A veces cuenta alguna anécdota, por ejemplo dice hoy vino Mateyko o Mónica Gutierrez o Facundo Cabral. Y luego se calla. A diferencia de Rojitas, el parece domesticado, su cuerpo no muestra huellas de combate. Cumple con las exigencias del restaurante aunque no atienda al público. Y tambien se muestra contento por lo que aprende e interesado en su posible carrera en su oficio como cocinero. Cuando la merca lo envalentona un poco nos cuenta que tiene planes de aprender, juntar plata y experiencia y volverse a Salta para poner su propio local.
Yo vendo placas radiográficas. En una época quise ser periodista deportivo y tuve un programa de radio en una fm trucha, pero no me daba guita. Yo queria progresar y como mas o menos tengo buena presencia y cuando quiero y necesito soy simpático, siempre me dijeron que tenía pasta de vendedor. No como estos hijos de puta que venden acá atrás , si no vender cosas que le sirven a la gente. Ya vendi cursos de guitarra, libros, suscripciones de cable, detergentes industriales, fui encuestador de productos y no se cuantas cosas mas. Puedo decir que hasta desarrollé una técnica, aprendida de todos esos tipos que se buscan la vida eternamente y que les gusta transmitir lo que saben. Gracias a ellos ahora estoy aquí, yendo por hospitales vendiendo placas radiográficas SAKURA.
En fin, tres trabajadores al final de su día poniendo nuestro cuerpo para que la cosa funcione. En lo de Nieto, discretamente, cada noche nos bajamos de este mundo y nos entregamos a la cocaina y a la cerveza.
Pero esta noche es veintitres de diciembre de mil novecientos ochenta y siete y Concordia nos ha invitado a su casa para comer. Quiere celebrar. Nos va a cocinar. Nieto es el punto de encuentro para viajar juntos.
Concordia vive en Fiorito. Vamos en el noventa y ocho hasta Puente La Noria y de alli caminamos unas diez cuadras. Calor. Concordia es el único de nosotros tres que tiene mujer y que la mujer tiene una casa. Habló pocas veces de ella, pero la conoció en el Marconi al poco tiempo que llegó de Salta, hace tres años, cuando el tenia veintitrés. En ese momento Concordia vivía en una pensión en Constitución. Al poco tiempo se fue a vivir con ella a Fiorito. Solo sabemos que es un poco mas grande que el, tiene cuarenta y cinco, nos dijo un día. Yenny, así se llama. Es enfermera.
Había mucha gente en la calle, buscando el fresco, chicos tirando cohetes, y nosotros caminando como osos entre los perros que nos olían. Las puertas de las casas estaban abiertas y en casi todas veias arbolitos de navidad con luces que se prendían y apagaban. Llegamos a la casa a eso de las diez de la noche. Un terrenito alambrado, la pequeña casa al fondo. Dos cuartos pequeños, la cocina comedor y el baño.
Al entrar, Concordia la buscó con la voz diciéndole mi amor, y fue muy extraño escuchar esa palabra en su boca. Me estoy bañando, escuchamos decir a Yenny .

Concordia comenzó con los preparativos un poco nervioso. Rojitas y yo ayudamos a preparar una picada con los fiambres que habiamos comprado, guardamos las cervezas y sidras en la heladera y nos sentamos en la mesa, mientras Concordía comenzó a cocinar . El plato elegido era asado al horno con papas. Concordia nos había pedido que no jalemos delante de Yenny, que lo hagamos en el baño.
-Miren para otro lado, grito Yenny. El lugar era tan pequeño que aunque miré para otro lado la vi pasar a los saltitos envuelta en una toalla tan cortita que le pude ver el culo.
Apareció con un vestido florido, sin mangas y descalza. Era blanca, gorda, alta y tenía unos grandes anteojos redondos de aumento. Concordia nos presentó y ella extendió su mano ante Rojitas y ante mi. Una mano floja acompañada por una risita y diciendo encantada.
Se sentó a la mesa y Rojitas le ofreció cerveza y ella dijo que preferia vino rosado. Concordia le pidió a Rojitas que se corra, abrió la heladera, sacó una botella helada de vino rosado, le sirvió a Yenny y propuso un brindis. Elevamos los cuatro vasos, y dijimos por un gran mil nueve ochenta y ocho. Luego se hizo un silencio.
Concordia le pidió a Yenny que ponga música y Yenny eligió, entre toda la pila de cassettes, uno de Franco Simone.
Mientras Concordia cocinaba, con las copas Yenny se fue entonando. Bailemos dijo
Corrimos un poco la mesa .
A mi me gustaba bailar con lo que le fui haciendo un poco el juego. Rojitas, tímido y duro, golpeaba la mesa con los dedos siguiendo el ritmo. Enseguida ella me puso las manos alrededor del cuello y apoyó su frente en la mia mientras cantaba tu no podras faltarme cunado falte todo a mi alrededor. Yo con las manos a los costados, sin tocarla, lo miraba a Concordia y esperaba que termine la canción. Concordia se reía y se mantenía de espaldas dando una ojeada de vez en cuando, pelando las papas, y tambien cantando. Rojitas se entusiasmaba cada vez mas con la escena y con su interpretación. Yenny cantaba a centímetros de mi boca y empecé a sentirme mal y a desear que pronto terminara la canción y pegarme un saque en el baño.
Y fue lo que hice
Mientras desenvolvia mi pelpa tuve tiempo de pegar una mirada al baño. Un cuadradito con una pequeña duchero con calefón electrico, el inodoro sin tapa, y sobre el lavatorio un estantecito donde pude ver el desodorante Impulse. Antes de jalar me acerqué para olerlo bien. Era el perfume de Yenny. Un perfume dulce y conocido. Se me fue parando la pija con delay. Una mujer caliente y perfumada, que importa si es gorda flaca vieja o tonta. Esos eran mis principios. Mis principios Impulse. Eso me puso en claro que me la garcharía, pero Concordia era un amigo.
Volví del baño con otra perspectiva de las cosas y todavia en estado de erección. El baile se habia interrumpido y pusimos la mesa otra vez en su lugar. Yenny se sentó junto a nosotros y cada tanto se paraba a dar una vueltita como si fuera Marta Sanchez. Estaba cada vez mas en pedo.
Las cervezas pasaban pero nosotros nos manteníamos en pie. Cuando la comida estuvo lista Concordia puso la asadera sobre la mesa, le dio una gran cuchilla a Yenny para que corte la carne. Concordia parecia realmente su hijo.
Comimos en silencio. Religiosamente. Cada uno se comió sus propios recuerdos navideños como se disuelve una ostia.
La comida estaba sabrosa. Luego abrimos unas sidras y un pan dulce y volvimos a brindar. Yenny se puso a llorar y Concordia la abrazó. Mis abuelos eran rusos, decia, y seguía llorando. Tardó un rato largo en calmarse hasta que se quedó dormida. Concordia nos pidió ayuda para llevarla a la cama y entre los tres la cargamos y fuimos al dormitorio. Rojitas le sacó los anteojos y los puso sobre la mesa de luz. Por una ventanita pequeña , entraba un aire tibio.
Volvimos al comedor, pelamos la coca arriba de la mesa, ahí entre los turrones y los restos de pan dulce. Armamos tres gruesas rayas y las esnifamos.
Después nos pusimos a jugar un truco gallo. Al quinto partido Rojitas dijo que queria salir a caminar. Me siento encerrado, dijo. Concordia le dijo que el barrio a esta hora no era joda . -Yo te acompaño-.
Me quedé solo.
Caminé hacia el cuarto de Jenny. Levanté la sábana y vi su piel blanca. Entre en la cama y me fui moviendo despacio por detrás. Ella se fue acomodando de tal manera, que yo, ayudándome con los dedos, se la fui poniendo. Estaba muy húmeda de tal manera que entro fácil fácil. Me seguí moviendo despacio mientras le metia un dedo en la boca. Ella me lo chupaba y gemía sin abrir los ojos.
Estaba todo bien asi, muy sereno y calentito, mientras pensaba si pasaba a otro estado. Despertarla, morderle la tetas, manosearla. Ella tambien estaba disfrutando sin despertarse. La dí vuelta un poco, para que quede boca abajo y que me levante el culo. Ella hablaba dormida y decía algunas cosas que no entendía, palabras rusas me parecían y dale Rafa hijo de puta, decía, me gusta hijo de puta, me gusta . Rafa debía ser Concordia.
Empecé a moverme mas ràpido y ahí ella se calló, solo acompañaba con gemidos que apoyaban sus movimientos y los mios. Decidí acabar antes de que vuelvan.

Abrazame papi, me dijo con sus ojos miopes cerrados. Estabamos los dos agitados. Alcanzame el vick vaporub. Miré como si fuera mi casa en el cajón de la mesa de luz y ahí estaba. Se lo pasé y se lo frotó en los párpados, en el pecho y debajo de la nariz. Se volvió a quedar dormida.
Yo tambien me froté un poco de vick vaporub en el pecho y me dormí.
Tuve este sueño:
Volaba por los techos de Paris. Y tenía un programa de radio. Y hablaba a todos los argentinos de lo hermoso que era París. Nombraba las calles, los teatros, los cafes, sus quesos, sus vinos y yo era el tipo mas feliz diciéndole a todos cuanto admiraba el viejo mundo, su cultura, Moliere, Victor Hugo, Zola, Sartre, Simone de Beauvoir. Sentía latir en mis venas la tradición europea, su linaje. .

Me despertó la luz del día, durmiendo en el piso. Rojitas y Concordia estaban en la sala.
Cuando aparecí los dos me miraron serios y tranquilos. Parecia que hacia rato que habian vuelto.
Me senté con ellos, me convidaron un mate. Hacía calor.
Ya era el 24 de diciembre. .
Concordia agarró la cuchilla de la carne. Lo limpió con un repasador, y cortó el turrón en pedazos. Nos dio un poco a cada uno. Nos miró a los dos y nos dijo que cada noche al acostarse ponía ese cuchillo debajo de la cama.
-Yenny me quiere matar, por eso siempre lo tengo cerca, para defenderme- continuo y miraba la hoja del cuchillo.
-Concordia, hablemos de otra cosa-le ordené casi. Hoy es Navidad.
-Si, dijo Concordia, obediente, -tenes razón, hablemos de otra cosa.


Cuando el sol entró por la ventana nos levantamos de la mesa, le agradecimos la cena a Concordia. Nos acompaño hasta la puerta y alli se quedó mientras nos alejábamos.
Volvimos a Capital con Rojitas, los dos con la cara dura, los ojos de vidrio. Ni una palabra.
Solo mirábamos por la ventanilla del colectivo el paisaje de la General Paz.
Era sábado y había poca gente.
La luz del día nos hacía desconocidos.
-Eso no se hace –dijo Rojitas sin mirarme, a la altura de los monoblocks de Piedrabuena.
Lo miré pero el no hizo nada. Dejó la frase latiendo en el aire mientras miraba al frente.
-De que hablás? le pregunté
Enfrente nuestro viajaba un chico con su mamá. Llevaba un barco de juguete entre las manos. .-Cuidalo hijo, es tu regalo de navidad- le decía su mama a cada rato.
Rojitas, en un movimiento que no duró mas que un pestañeo, dio un salto y le sacó el barco de las manos al nene y se bajó del colectivo andando. Lo vi alejarse por el vidrio de atrás correr hasta que dobló por una calle, mientras la mujer le gritaba al colectivero que pare y el nene quedo mudo con las manos vacías.
Todos se quedaron mirándome.
-Yo no lo conozco, no se quien es- les dije.

Llegamos a Liniers. Había mucho gente en la estación y una extraña y contagiosa sensación de calma y alegría. Fui caminando por el andén hacia los vagones de atrás y sintiendome uno mas entre la gente, esperé el tren a Moron.
Al bar de Nieto no fui mas.

lunes, 18 de mayo de 2009

CUADRO CON PAJAROS

Rizzo me pide que lo espere del otro lado.
–Viene un buche con un cuento, pegate a la puerta y escuchá.-
Me voy a la otra pieza. Un morocho flaquito está preparando un mate. Es uno de los aprendices en la comisaría. Alguien lo llama, con voz de perro, y sale de pique dejando la pava en el fuego y el mate haciendo equilibrio sobre la mesa con mantel de hule. Me acerco a la puerta, pego mi oreja para escuchar bien. Estoy tenso. Escucho a Rizzo que dice en tono agrio.
– Sentate. Que tenes? Te escucho.
La respuesta tarda en llegar.
-No te oigo -dice Rizzo levantando la voz
–Sé donde están los fierros- contesta una voz débil.
Luego sigue una conversación que escucho como si estuviera viendo sombras. Oigo los contornos, los tonos, las inflexiones, pero me cuesta entender lo que dicen. Solo escucho algunas palabras con claridad: monada mosquito me conocen Uruguay cuetes no te preocupes. Esa voz del buche se oye apenas, como la voz de un alumno asustado.
En la pieza donde estoy hay un televisor clavado en Crónica TV, que funciona día y noche. Faltan ochenta y siete días para el verano. Por la puerta que da al patio camino a las celdas, entra el sol de la mañana. Sobre la mesa hay un mate, una lata de yerba Rosamonte y en las paredes unos cuadros con pájaros y otros con caballos.
Vuelvo a escuchar. Silencio. Me pregunto si el buchón se fue. Espero. Luego de unos minutos abro tímidamente la puerta y Rizzo me dice
-Vení-
-Ya se fue?-
-Si. Escuchaste algo?.-
Me siento frente a el. Está sin uniforme. Una banderita argentina sobre el escritorio. Gruesas carpetas con expedientes judiciales que va firmando sin mirar.
-Zalabardo, Zalabardo- grita
Entra enseguida un gordo con gruesos anteojos, también de civil, que me saluda, dándome la mano.
-Llevate esto, lo conocés? –le dice Rizzo, mientras me señala
-Claro- contesta Zalabardo y se lleva las carpetas.
-Que te dijo?- le pregunto
-Asaltaron una armería en Virreyes, recuperamos casi todo, pero faltan unas granadas, y el pibe me dice que sabe donde están.-
-Y donde están?
-La tienen escondidas en La Cava-
-Pensas que es verdad?
-No sé
-Y el pibe vive ahí?
-Sí. Era chorro.
-Y ahora?
-No, ahora no. –Me dice Rizzo.- Carlitos,-gritó- ¿qué pasa con el mate?
-Y como lo conociste?
-. Me tirotee con el, hace dos años. ¡¡Carlitos!!-
Entra el morochito que estaba en la cocina con el mate y el termo. No tiene más de dieciséis años.
-Viejo, como puede ser que tardes tanto con el mate,-y dirigiéndose a mi-este pone la yerba, se hace una paja, pone el agua, otra paja, le hierve el agua como cinco veces...-
Carlitos se ríe tímido mostrando unos jóvenes dientes blancos y se queda mirando por la ventana que da a la calle. El mismo gesto del Che que lleva estampado en su remera.
Rizzo, que también se ríe, le dice que se puede ir.
-Te tiroteaste con el?
-Sí. Estaba afanando con cuatro más la financiera de Gutierrez . De repente lo veo asomado y le pegué un tiro en la cabeza. Cuando terminó todo, me acerque a verlo. Pobrecito. Una pena era la cabeza. Dieciséis años tenía. Llego la ambulancia y lo acompañé al hospital .
Por la ventana aparece una mujer.
-Por favor Rizzo, otra vez lo mismo? me saca el patrullero delante de mi portón?
-Perdón señora, ya mismo se lo saco- le dijo y lo llamo al Segundo para que lo corra. El Segundo entró corriendo para pedirle las llaves que estaban en su escritorio.
Lo fui a visitar todos los días hasta que le dieron de alta en el Hospital. -continúa Rizzo, mientras se ajusta el cinturón.- Y desde entonces cada tanto me viene a ver. Lo llegan a ver que entra acá y lo liquidan. Está jugado, pobre. Con los que te cagás a tiros te encariñas.
Se levanta, se pone el saco, un poco de perfume y la 9mm en la cintura.
-Y le das plata?
- Depende lo que me traiga, 10, 20 pesos o nada. Vamos? –me dice.
-Vamos.
Salimos de su oficina, deja unas órdenes en la guardia, donde siempre hay familiares de presos esperando noticias y salimos bajo el sol del mediodía a las tranquilas calles del norte del GBA. Subimos a su pequeño auto japonés, pone la música al taco y arrancamos. Hacemos dos cuadras .
-Equipo nuevo-me dice, y lo sube más.
Soda Stereo al mango en el auto del comisario.
No seas tan cruel dice la canción.
De repente, baja la velocidad. Y la música.
-Esperá, esperá-me dice- ahí va-
Miro para todos lados
-Quien? –pregunto.
El auto va como un gato. Rizzo lleva una mano a la cintura corriéndose el saco.
Por la vereda, un hombre en bicicleta, pedaleando despacio.
Cinco metros adelante, un chico rengo y contrahecho caminando como si la pared le imantara su lado izquierdo. Una renguera temblorosa y frágil
-Esperá…-me repite Rizzo.
Lo miro y su vista va del hombre de la bicicleta al tullido.
Escucho el andar de la bicicleta.
Nosotros quietos.
La bicicleta pasa al lado del pibe y sigue.
Entonces Rizzo retoma la marcha.
Mientras nos alejamos me quedo mirando al buche cada vez mas pequeño apretado contra el paredón.
-Tengo miedo que me lo maten- me dice. Y pone la música bien fuerte.

viernes, 15 de mayo de 2009

LA ELECCION

El local es pobre y está tomado por el olor a cal, a engrudo, a tinta. Afiches pegados en las paredes de Luder-Bittel, de Saadi, y los infaltables de Perón y Evita. Y la bandera que nos identifica: Intransigencia y Movilización Peronista-Morón.
Las mujeres trajeron un poco de torta, facturas y estamos todos mateando. Son las seis de la tarde. Acabamos de votar.
Los últimos días los pasamos pegando carteles y pintando los paredones por todo Morón. También nos cagamos a palazos con los de la lista verde de Román, por el largo paredón de La Cantábrica, que es muy cotizado. Si firmas ahí, meas en el mejor árbol. Con los fachos de Román nos odiamos pero votamos a los mismos. Somos todos obedientes, leales, como manda el partido.
Nuestros referentes son Cacho y Memo. Andan cerca de los treinta. Los dos tienen gran manejo del grupo, son serenos, reflexivos y también se les nota sus largos años de militancia. Nunca hablan de hasta donde estaban metidos en los Montos, y hacen bien, la verdad es que es peligroso. Ese misterio les da un aire de leyenda para los que somos más pendejos. Memo luce más elegante y eso lo hace distinto a todos nosotros. Es una diferencia sutil, apenas perceptible, pero evidente para todos. No esta en su ropa, ni en su forma de hablar. Es una combinación entre su altura, es el más alto de todos, y la manera en que mira. En definitiva, tiene el fisique du role del intelectual.
Cacho en cambio, aunque habla tan bien como Memo, es más barrial. Es bajo, fuerte, tiene un bigote poblado y desprolijo que le envuelve la boca. Anda siempre con una campera clara. Es el que ve de cerca y Memo el que ve de lejos. Siempre andan juntos los dos.
A las siete decidimos prender el fuego en la parrillita del patio. Tenemos chorizo, morcilla, asado, un vacío y pan, mas dos damajuanas de vino y cinco botellas de sidra para brindar por el triunfo.
Peto hace el asado. Lleva siempre el mismo jean gastado, muy ajustado, la camisa abierta hasta el cuarto botón y unos mocasines con flecos. Vive bañado en pachuli. Así va a todos lados, a pegar carteles, a pelearse y sobretodo a zapatear rocanrol, que es su credo, su religión. Tiene el pelo igual que Heredia, aquel cuevero de San Lorenzo.
Que dicen los primeros guarismos? pregunta Rosita, una morocha muy aguerrida, a la que no dejamos salir las últimas semanas porque la mano estaba fea, pero sabemos que va al frente como la mejor. La verdad es que no hay muchas mujeres que militen en la unidad básica. Si tenemos muchas mujeres del barrio que simpatizan con nosotros y a veces vienen con mate y factura a contarnos sus problemas. Pero las que militan son Rosita y Sara. Sara había sido novia de Peto desde los quince a los dieciocho, y ahora, dos años después, tienen una relación envidiable. Se llevan bien aunque ya no garchan mas. No hay entre ellos ningún resentimiento, al contrario, se quieren , se cuidan y hace cada uno la suya. A mi me gusta Sara, pero es una compañera que fue mujer de un compañero y no está bien avanzarla. Pero tiene un culito y unos ojos de militante que, cuando canta en las marchas, me enamora.
Los guarismos no favorecen. Mientras ponemos la carne en la parrilla, los mas viejos que están presentes, dicen, igual que en el cuarenta y cinco, los primeros votos que llegan son los del centro, los de los cajetillas.
En unos vasos de cumpleaños nos servimos vino y todos vamos de la parrilla al salón donde esta la radio. Van cantando mesa por mesa. Memo y Cacho están sentados como siempre en la cabecera, los dos muy pensativos, sin hablar. La radio dice mesa 575 del Barrio de Balvanera, 453 sufragios para Alfonsin-Martinez , 310 para Luder-Bittel. Mesa 874 de parque Patricios 632 sufragios para Alfonsin-Martinez, 401 para Luder-Bittel, Mesa 668 de Monserrat…
Son los de la Capital , siempre fueron gorilas, siguen diciendo los viejos.
Son las nueve y media y empiezan a salir los choripanes y los sandwiches. A esta hora quedamos unos quince, la mayoría de los que estaban se fueron a comer a su casa prometiendo volver para el brindis del triunfo. Comemos en la misma mesa donde habíamos discutido, armado y pintado banderas, apretándonos un poquito. La música de la radio es la misma, hasta que en un momento dice que empiezan a llegar resultados del Gran Buenos Aires: mesa 5822 de Boulogne 980 votos para Alfonsin…714 para Luder… y así dieron tres mesas más de Jose León Suárez y una de Moreno.
Nos miramos entre todos y alguien pregunta que está pasando. Lo mismo se preguntan en la radio y sale Abelardo Ramos diciendo que se esta repitiendo el fenómeno del 45 y que los votos de la masa llegarían arrasadoramente después de las doce de la noche y que la oligarquía quería exponer al pueblo a tener una noche mas de sometimiento y oprobio, pero que el pueblo no se iba a dejar engañar y que iba a estar en pie, vigilante hasta que llegara la avalancha de votos populares.
Todos, los más jóvenes, brindamos y damos por seguro que las cosas son así. Levantamos la mesa tranquilos , salimos a la vereda a fumar un poco y a tomar aire.
La calle esta vacía. Bajo la luz de mercurio fumamos un poco, y nos preguntamos en voz baja, para que nadie escuche, que mierda estaba pasando. Nadie dice nada. Sara dice que tiene frío y le presto mi campera. Se niega primero pero le insisto y finalmente se la pone. En eso vemos salir unos compañeros que nos saludan con un chau, nos vemos mañana, nos dicen mientras se alejan.
Once y media de la noche. Las casas de los vecinos están bien cerradas. Rosita dice vamos adentro que hace frío,, y tiene razón, empezó a caer la fresca.
Entramos y desde la radio hablaba Imbelloni. Dice que las urnas del peronismo estaban llegando a lomo de caballos desde el interior. Ya no somos más de ocho. Las caras en los afiches siguen inmutables. Perón rompiendo una bandera mitad yanqui mitad inglesa que dice abajo LIBERACIÓN O DEPENDENCIA, y Evita, presidiendo todo una con el pelo suelto, sonriendo, como si el viento aun le diera en la cara.
Ya cerca de la una de la mañana, Memo dice que se va. Toma sus cosas, nos da una palmada a cada uno en la espalda y sale. Escuchamos su Fiat 147 perdiéndose en la noche del oeste.
Peto limpia la parrilla, junta las cenizas y voy en su ayuda. Las chicas barren el local, limpian la mesa y nos preguntan si queremos tomar mate. Cacho despega el afiche de Luder-Bittel y lo hace un bollo y lo tira en un canasto. Putos de mierda, dice.
Tomamos unos mates y en la radio ya son puras cifras y nada de testimonios. Los números llegan desde Tucumán, Salta, Entre Ríos, Chubut, Berazategui, Berisso, Tandil, Misiones.
Nos va cayendo una gran tristeza. No lo podemos creer.
A las tres de la mañana apagamos las luces, cerramos con llave y salimos a la calle.
El camión de la basura irrumpe ruidoso. Se bajan ágiles dos pibes .
-Como salimos? pregunta uno agitado, mientras sonríe esperando la buena noticia.
-Perdimos -. Le dice Peto
El pibe se queda quieto
-Como que perdimos?- ruega
- Si, perdimos –digo yo
¿Perdió Perón? pregunta abriendo grande los ojos.
Sí, perdió Perón. Se rasca la cabeza. Perdió Perón, dice. Luego, junta las bolsas que están en la vereda, las tira al camión y le golpea la chapa al chofer. Vamos, le grita.
Nos despedimos todos. Beso la mejilla cálida de las compañeras. Le pregunto a Sara si quiere que la acompañe, más o menos vivimos para el mismo lado. Todavía tiene mi campera puesta.
-Vamos- me dice.
Está fresca la madrugada. Esa humedad del Gran Buenos Aires. La calle es puro silencio. No ladra ningún perro, los gallos duermen.
Hacemos varias cuadras sin hablar. La derrota.
De repente me invade la proximidad de Sara, el calor de su cuerpo agitado por el paso rápido, su aliento. La abrazo y ella me pasa la mano por la cintura. Nuestros cuerpos se acomodan rápido.
-Olés los jazmines?
Me pregunta Sara cerca de la vía
Sí los huelo, digo y respiro hondo como ella.
La beso. Su boca se abre dulce. Me doy cuenta cuanto la deseo y ella es la que me dice, mientras me sigue besando, hace mucho que te espero.
Así fue como me olvidé de la militancia, de la patria socialista y de Perón.
Desde entonces huelo los jazmines.

jueves, 14 de mayo de 2009

LA BODA

Quiero contar una historia que sucedió en solo veinticuatro horas. Un día caluroso de mil novecientos ochenta y dos. La boda de Esteban.
La hora cero de esas veinticuatro empieza en una camioneta lujosa en la que viajamos Esteban y yo. Volvemos muy rápido desde las tierras del abuelo en Guaireño, por las maltrechas rutas paraguayas. Llevamos un día completo de retraso. En Asunción nos espera su primo rico, Elvio, dueño de la camioneta y del lavautos más famoso, y Dana, la novia de Esteban, una pendeja muy pastillera, muy quilombera.
Yo soy solo amigo de Esteban.
Venimos de la frontera con Brasil, con dos kilos de marihuana mal disimulado en el piso de la camioneta. No es para vender a cualquiera sino para repartir entre amigos y conocidos a precio de lista. Los dueños de la marihuana son unos tíos de Esteban, mafiosos bien baratos, que enterraron doscientos kilos en la chacra del abuelo sin que este sepa nada. Por lo que el abuelo es visitado seguido y hay que estar disimulando todo el tiempo. Hoy los tres están muertos. El viejo por viejo y los otros porque fueron boleteados en plena calle de Ponta Porá, unos años después de esto que cuento, cuando Stroessner era Paraguay.
Llegamos a Asunción a eso de las dos de la mañana. Elvio, lo carajeó un poco a Esteban, pero no pasó nada y al rato nos fuimos a comer algo al Mercado Cuatro. Estábamos hambrientos por el viaje y la maría. Nos sentamos en una mesa larga llena de borrachos y comimos una especie de guiso acuoso, muy rico.
Después, a las cuatro nos fuimos con Esteban a su casa. Ahí nos recibió Dana que armó flor de escándalo. Lo empezó a putear, y de las puteadas pasó a romper cosas tirándoselas por la cabeza a Esteban y de paso a mí. Esteban se reía y le decía mi amor, yo te amo, sos todo para mí, y un montón de cosas más. Dana no paraba, hasta que Esteban se empezó a calentar y pasó de los mi amor, a lo no me hables, callate, porque me salen granos, estúpida, y que sos una pelotuda y no se que mas.
A todo esto yo ya me había ido a la cama. Tenía un colchón finito, pegué las últimas secas y traté de dejar volar mis pensamientos a través de la ventana abierta al cielo paraguayo. Pero mis intenciones se frustraron.
Ahora podía oír a Dana llorando y a Esteban totalmente sacado diciéndole de todo. Daba miedo. Si alguien vio una vez a un paraguayo enojado sabrá de lo que hablo.
Sobre la marcha, cambió a un tono amoroso otra vez, para calmar el llanto de Dana. Bueno mi reina, le decía. A todo esto ya eran más de las cuatro de la mañana. En eso escucho a Esteban decir ¿queres que nos casemos? Nos casamos hoy mismo. Y ella si si Me dormí oyendo como garchaban.
Vamos vamos, me despertó Esteban. Miré por la ventana y recién había salido el sol.
Nos vamos a casar, dijo Dana, vestida con sus mejores pilchas. Estas hermosa, pensé.
Salimos los tres en la camioneta y fuimos a buscar a toda la parentela para ir al Registro Civil. Vivían tipo comunidad en una casa a la que le llamaban Chicago. Nadie trabajaba. Juntamos a su hermana Beatriz que estaba muy buena, a sus tías, tíos, primitos, sobrinitos, la abuela ciega, la madre loca, y también algún vecino amigo y todos a la camioneta.
Pasamos por lo de algunos amigos que se fueron sumando y llegamos al registro Civil de Asunción.


Esteban pidió que lo esperáramos afuera, mientras el hacia los preparativos del casamiento. En un segundo, del fondo de la camioneta aparecieron los whiskis y fuimos pasando uno por uno para pegarnos unos buenos saques, no fuera cosa que nos quedáramos dormidos. Dana también hizo su desayuno.
El sol hacia rato nos calentaba.
-Y tus viejos no vienen? - le pregunté. Viven en Caacupe, me dijo, lejos de acá.
Yo sabia de Caacupe por la Virgen. Me entere de su existencia cruzando la frontera unos meses atrás, cuando un chico de siete años me contó que La Virgen había salvado de la muerte a su hermanita. Todavía recuerdo a ese chico despierto, que besaba a sus santitos y hablaba con respeto de la muerte, de la salvación y de La Virgen.
Dana me pidió un chicle y se empezó a impacientar justo cuando apareció Esteban haciéndonos señas para que entremos. Le pidió el saco prestado a uno de los primos, porque de camisa no me casan, dijo y ahí pensé en el rigor de las instituciones paraguayas.
Fuimos pasando a una sala que enseguida estuvo llena ya que durante la espera la noticia del casamiento se fue corriendo por los barrios, dada la popularidad de Esteban, y fueron cayendo cada vez mas personas no del todo cuerdas. Pero allí estaban, portándose bien, dándole el si al ritual, obedientes al fin.
El juez de paz pregunto por los testigos, todos nos miramos y Esteban agarró a los cuatro más cercanos. Se sentó, tomo un libro, y comenzó la larga perorata que todos conocemos, pero el tipo era bastante histriónico y fue haciendo que nos entusiasmáramos con el significado de la cosa, un poco influidos por la familia de Esteban, especialmente por la mamá que lloraba.
Una vez que terminó su alocución, el juez pidió a los novios sus documentos. Leyó en voz alta, Esteban Mario Queiro Rojas, paraguayo, de veintiún años y luego Dana Eva Alarcón, paraguaya de dieciséis años.
Donde están los padres de esta criatura?, preguntó el juez, casi indignado o al menos así nos hizo creer. Todos nos miramos y enseguida empezó el alboroto.
Esteban nos juntó a todos los rotos y dijo vamos ya a buscar a tus viejos, maneja vos curupí, me dijo a mi. La dejamos a Zaira, una tía de Esteban , entreteniendo al juez para que no se vaya. Todavía estábamos en los preparativos de la salida y el juez ya era un nene con juguete.
Nos subimos todos a la camioneta, y a los pedos y en caravana, salimos hacia Caacupé a buscar a los padres de Dana.
El circo era completo y nos fuimos cargando lo necesario para llegar a tiempo. Los ojos rojos, la sonrisa puesta. Ochenta quilómetros al este. El viaje sirvió para que yo y sobretodo Esteban nos enteráramos de algunos hechos recientes
Dana hacía dos años que no veía a sus viejos. Se había ido de Caacupé por aburrimiento a lo de un tío veinte años mayor que ella para ayudarlo en el almacén que tenia en Asunción. El tío hizo una particular interpretación del lema pan, paz, trabajo. Le dio pan y trabajo, pero nada de paz. Porque la enamoró y cuando la mujer del tío se enteró de todo, Dana se tuvo que ir a la calle. Nunca pensó en volver a Caacupé. Conoció a unos punks bastante inocentes e idealistas y se fue a vivir con ellos. Robaban de todo, pero primero farmacias para las pastas, que eran para vivir, y después para el choreo, depende con que la combinaran.
Hasta que un día quiso el destino que fueran a desbaratar el lavautos de Elvio. Ahí se conocieron con Esteban , que le dio una patada en la panza que la dejó en el piso por una hora. A los otros punkies los corrieron a tiros y nunca más nadie los vio por Asunción.

En cuanto a los padres, no los había vuelto a ver desde que se había ido. Me dijo que cada tanto llamaba a la mamá , que tenía un nuevo hermano, al que todavía no conocía. Su padre no queria hablarle.
Esteban escupió por la ventanilla, el viento le daba en la cara y Dana me preguntó si yo tenía mamá. No supe que decirle y me quedé callado por un rato, y me dije que estaba cansado. Hice que no la escuché.
Ella me codeó y me dijo fuerte otra vez si tenía mamá. Claro, dije. No tenía ninguna gana de explicar nada. Yo era asi.
La entrada a Caacupé fue historica, al menos desde nuestro punto de vista. Era ya el mediodía y tras una gran polvareda roja entramos como diez autos y camionetas de grandes marcas alemanas a la capital espiritual del Paraguay. La gente que andaba por la calle o en algunos bares nos miraban como te miran los animales del zoológico. Era una escena que, salvo por los autos, ya habia visto de chico en las peliculas de Ringo en continuado en el cine Achával de Morón. Ahora la estaba viviendo, eramos los forasteros, Esteban era Ringo y nosotros los extras.
Siempre igual, dijo Dana, todo siempre igual. Esteban le preguntó donde era la casa y tuvimos que salir un poco del camino principal. Podría decirse que la casa estaba en los suburbios de Caacupé.
Al fin llegamos.
Gallinas sueltas, sin alambrado, ropa tendida en el jardín, a un costado de la casa, Una casita cuadrada y blanca. Nada extraordinario para decir. Salvo que al lado había un enorme descampado donde unos caballos merodeaban sin dueño y a la sombra de un cartel enorme que decía en letras cursivas EDUCACION PARA TODOS LOS PARAGUAYOS COMPROMISO DEL PARTIDO COLORADO y mas abajo Subdelegacion Caacupé.

Bajaron Dana, Esteban, la mamá de Esteban y, como correspondía, los padrinos a cumplir la difícil misión.
Todavía hoy pienso en lo que pagaría por tener la versión real de los hechos y palabras que sucedieron dentro de la casa, pero, a los diez minutos, y juro que no miento, como si se tratara de una película muda, vi salir a Doña Mamá De Dana, a Don Papá, al pequeño heredero y al mediano heredero hermano de Dana, todos vestidos para la ocasión.
Nos reubicamos en los coches y yo pasé a la caja de la camioneta. La vuelta fue aún mas rápida que la ida. El cielo seguía celeste, ninguna nube que me diera algo en que pensar, la tierra colorada, nadie en los caminos, el sol en nuestras cabezas. Dentro de la camioneta todos reían, y el pequeño bebé, que no se como había terminado en la caja, pasaba de mano en mano, todos haciendole niñerías. El pobre no lloraba, se reía cada vez mas, como todos. Me detuve un poco en los personajes que iban en la cabina, al mando de la comitiva. Esteban , y los dos futuros suegros enfrentando el camino por delante. Esteban les hablaba y les hablaba y ellos cada tanto hacian una mueca . Pude ver que el padre tenía los ojos chiquitos. La madre miraba fijo en el camino.
A las tres de la tarde llegamos al Regisro Civil. Un secretario salió a decirnos que El sr. Juez se encontraba comiendo a pocas cuadras de alli y que había pedido que lo llamaran a nuestra llegada. Asi fue que salió raudo en una bicicleta en su búsqueda. Igual entramos todos al mismo lugar de antes y nos acomodamos como si fuera nuestra casa. Poco después entró el Juez con la tía Zeida, ya casi parte de la familia.
Pidió los documentos de todos otra vez y los padres de Dana sacaron de una bolsita los viejos papeles que los identificaban para dárselos al juez. El juez les comunicó que necesitaban una nota firmada por ellos autorizando el casamiento. El padre dijo en guaraní que el no sabia escribir , que para eso estaba allí, para autorizar en persona. Entonces el Juez se dijo a si mismo que podía hacer una excepción. Les tomó juramento a los padres y una vez hecho esto, se metió de lleno en la legalidad y casó a Dana y a Esteban.
Otra vez algunos llantos, las consuegras que solo hacía dos horas se conocian lloraban y se abrazaban como en un sueño largo.
Despues vino la fiesta en California, que duró hasta el otro día. No faltó nadie Nos emborrachamos todos aún tomando mucha cocaina pura y festiva que generosamente donaron los tios Alor y Jorge.
Ese fue el día en donde comencé a enamorarme de Beatriz , la hermana de Esteban, y tambien fue el primer día en el que me dí cuenta que yo tambien tenía una nueva familia.
Fue el primer día que empecé a enamorarme de mi vida.
Todo en veinticuatro horas.