jueves, 10 de noviembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD

Estamos en el bar de Nieto. Las mesas de un lado, la barra del otro, una puerta y una ventana a la calle. Fórmica, mesas frías con mármol, sillas de madera forradas en cuerina azul oscuro. Luz de tubo. Las paredes detrás de los espejos, son de un verde criminal.

Nieto, sirve, lava y cobra. No habla mucho. Cada mañana y cada noche se hace un licuado con limón y ajos y esa es toda la bebida que ingiere en el día, mas el vino del mediodia. Una copa nada mas. Asi el explica su receta de la longevidad.

Tiene a su espalda , arriba de las botellas , un viejo banderín de A Coruña. En Nieto no entran mujeres. Pasan de largo, como si no lo vieran. Ni tampoco entran clientes nuevos. Por lo menos por las noches, que es por lo que puedo dar fé.

Los que vamos regularmente somos tres: Rojitas, Concordia y yo.

Vamos ahí porque Nieto te sirve cerveza x litro y porque en las mesas de al lado se juntan varios dealers de Congreso. En el baño de Nieto hay luz verde para hacer las transas y jalar.

Rojitas es salteño y ademas, poeta. Eso dice el. A veces nos recita sus poemas, con los ojos rojos y cansados. Trabaja en una imprenta por Barracas. Tiene el dedo índice de la mano izquierda por la mitad, amputado por una maquina de imprenta, como Lula, dice. Tambien que estudió Letras en Tucumán durante la dictadura. Lo cagaron a palos mil veces, nos dice, y nos hace tocarle la cabeza para mostrarnos los magullones y la verdad es que la tiene bastante jodida. A los coyas como nosotros, nos daban como en la guerra los milicos. No tiene mas de treinta años pero se lo ve como alguien que viene resistiendo hace mucho. A mi me da miedo porque a Rojitas, ademas de snifarse, le gusta la jeringa. Me da miedo que se muera.

Concordia tambien es salteño. Siempre está callado, es mas de escuchar. Es ayudante de cocina en un Restaurant.. A veces cuenta alguna anécdota, por ejemplo dice hoy vino Mateyko o Mónica Gutierrez o Facundo Cabral. Y luego se calla. A diferencia de Rojitas, el parece domesticado, su cuerpo no muestra huellas de combate. Cumple con las exigencias del restaurante aunque no atienda al público. Y tambien se muestra contento por lo que aprende e interesado en su posible carrera en su oficio como cocinero. Cuando la merca lo envalentona un poco nos cuenta que tiene planes de aprender, juntar plata y experiencia y volverse a Salta para poner su propio local.

Yo vendo placas radiográficas. En una época quise ser periodista deportivo y tuve un programa de radio en una fm trucha, pero no me daba guita. Yo queria progresar y como mas o menos tengo buena presencia y cuando quiero y necesito soy simpático, siempre me dijeron que tenía pasta de vendedor. No como estos hijos de puta que venden acá atrás , si no vender cosas que le sirven a la gente. Ya vendi cursos de guitarra, libros, suscripciones de cable, detergentes industriales, fui encuestador de productos y no se cuantas cosas mas. Puedo decir que hasta desarrollé una técnica, aprendida de todos esos tipos que se buscan la vida eternamente y que les gusta transmitir lo que saben. Gracias a ellos ahora estoy aquí, yendo por hospitales vendiendo placas radiográficas SAKURA.

En fin, tres trabajadores al final de su día poniendo nuestro cuerpo para que la cosa funcione. En lo de Nieto, discretamente, cada noche nos bajamos de este mundo y nos entregamos a la cocaína y a la cerveza.

Pero esta noche es veintitres de diciembre de mil novecientos ochenta y siete y Concordia nos ha invitado a su casa para comer. Quiere celebrar. Nos va a cocinar. Nieto es el punto de encuentro para viajar juntos.

Concordia vive en Fiorito. Vamos en el ciento ochenta y ocho hasta Puente La Noria y de allí caminamos unas diez cuadras. Calor. Concordia es el único de nosotros tres que tiene mujer y que la mujer tiene una casa. Habló pocas veces de ella, pero la conoció en el Marconi al poco tiempo que llegó de Salta, hace tres años, cuando el tenia veintitrés. En ese momento Concordia vivía en una pensión en Constitución. Al poco tiempo se fue a vivir con ella a Fiorito. Solo sabemos que es un poco mas grande que el, tiene cuarenta y cinco, nos dijo un día. Yenny, así se llama. Es enfermera.

Había mucha gente en la calle, buscando el fresco, chicos tirando cohetes, y nosotros caminando como osos entre los perros que nos olían. Las puertas de las casas estaban abiertas y en casi todas veías arbolitos de navidad con luces que se prendían y apagaban. Llegamos a la casa a eso de las diez de la noche. Un terrenito alambrado, la pequeña casa al fondo. Dos cuartos pequeños, la cocina comedor y el baño.

Al entrar, Concordia la buscó con la voz diciéndole mi amor, y fue muy extraño escuchar esa palabra en su boca. Me estoy bañando, escuchamos decir a Yenny .

Concordia comenzó con los preparativos un poco nervioso. Rojitas y yo ayudamos a preparar una picada con los fiambres que habiamos comprado, guardamos las cervezas y sidras en la heladera y nos sentamos en la mesa, mientras Concordía comenzó a cocinar . El plato elegido era asado al horno con papas. Concordia nos había pedido que no jalemos delante de Yenny, que lo hagamos en el baño.

-Miren para otro lado, gritó Yenny. El lugar era tan pequeño que aunque miré para otro lado la vi pasar a los saltitos envuelta en una toalla tan cortita que le pude ver el culo.

Apareció con un vestido florido, sin mangas y descalza. Era blanca, gorda, alta y tenía unos grandes anteojos redondos de aumento. Concordia nos presentó y ella extendió su mano ante Rojitas y ante mi. Una mano floja acompañada por una risita y diciendo encantada.

Se sentó a la mesa y Rojitas le ofreció cerveza y ella dijo que preferia vino rosado. Concordia le pidió a Rojitas que se corra, abrió la heladera, sacó una botella helada de vino rosado, le sirvió a Yenny y propuso un brindis. Elevamos los cuatro vasos, y dijimos por un gran mil nueve ochenta y ocho. Luego se hizo un silencio.

Concordia le pidió a Yenny que ponga música y Yenny eligió, entre toda la pila de cassettes, uno de Franco Simone.

Mientras Concordia cocinaba, con las copas Yenny se fue entonando. Bailemos dijo

Corrimos un poco la mesa .

A mí me gustaba bailar con lo que le fui haciendo un poco el juego. Rojitas, tímido y duro, golpeaba la mesa con los dedos siguiendo el ritmo. Enseguida ella me puso las manos alrededor del cuello y apoyó su frente en la mía mientras cantaba Tú no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor. Yo con las manos a los costados, sin tocarla, lo miraba a Concordia y esperaba que termine la canción. Concordia se reía y se mantenía de espaldas dando una ojeada de vez en cuando, pelando las papas, y también cantando. Rojitas se entusiasmaba cada vez mas con la escena y con su interpretación. Yenny cantaba a centímetros de mi boca y empecé a sentirme mal y a desear que pronto terminara la canción y pegarme un saque en el baño.

Y fue lo que hice

Mientras desenvolvía mi pelpa tuve tiempo de pegar una mirada al baño. Un cuadradito con una pequeña duchero con calefón eléctrico, el inodoro sin tapa, y sobre el lavatorio un estantecito donde pude ver el desodorante Impulse. Antes de jalar me acerqué para olerlo bien. Era el perfume de Yenny. Un perfume dulce y conocido. Se me fue parando la pija con delay. Una mujer caliente y perfumada, que importa si es gorda flaca vieja o tonta. Esos eran mis principios. Mis principios Impulse. Eso me puso en claro que me la garcharía, pero Concordia era un amigo.

Volví del baño con otra perspectiva de las cosas y todavía en estado de erección. El baile se había interrumpido y pusimos la mesa otra vez en su lugar. Yenny se sentó junto a nosotros y cada tanto se paraba a dar una vueltita como si fuera Marta Sánchez. Estaba cada vez mas en pedo.

Las cervezas pasaban pero nosotros nos manteníamos en pie. Cuando la comida estuvo lista Concordia puso la asadera sobre la mesa, le dio una gran cuchilla a Yenny para que corte la carne. Concordia parecía realmente su hijo.

Comimos en silencio. Religiosamente. Cada uno se comió sus propios recuerdos navideños como se disuelve una ostia.

Luego abrimos unas sidras y un pan dulce y volvimos a brindar. Yenny se puso a llorar y Concordia la abrazó. Mis abuelos eran rusos, decía, y seguía llorando. Tardó un rato largo en calmarse hasta que se quedó dormida. Concordia nos pidió ayuda para llevarla a la cama y entre los tres la cargamos y fuimos al dormitorio. Rojitas le sacó los anteojos y los puso sobre la mesa de luz. Por una ventanita pequeña, entraba un aire tibio.

Volvimos al comedor, pelamos la coca arriba de la mesa, ahí entre los turrones y los restos de pan dulce. Armamos tres gruesas rayas y las esnifamos.

Después nos pusimos a jugar un truco gallo. Al quinto partido Rojitas dijo que quería salir a caminar. Concordia le dijo que el barrio a esa hora no era joda . -Yo te acompaño.

Me quedé solo.

Caminé hacia el cuarto de Jenny. Levanté la sábana y vi su piel blanca. Entre en la cama y me fui moviendo despacio por detrás. Ella se fue acomodando de tal manera, que yo, ayudándome con los dedos, se la fui poniendo. Se humedeció rápido, de tal manera que entró fácil fácil. Me seguí moviendo despacio mientras le metía un dedo en la boca. Ella me lo chupaba y gemía sin abrir los ojos.

Estaba todo bien así, muy sereno y calentito, mientras pensaba si pasaba a otro estado. Despertarla, morderle la tetas, manosearla. Ella también estaba disfrutando sin despertarse. La dí vuelta un poco, para que quede boca abajo y que me levante el culo. Ella hablaba dormida y decía algunas cosas que no entendía, palabras rusas me parecían y dale Rafa hijoputa, decía, me gusta hijoputa, me gusta . Rafa debía ser Concordia.

Empecé a moverme mas rápido y ahí ella se calló, solo acompañaba con gemidos que apoyaban sus movimientos y los míos. Decidí acabar antes de que vuelvan.

Abrazame papi, me dijo con sus ojos miopes cerrados. Estábamos los dos agitados. Alcanzame el vick vaporub. Miré como si fuera mi casa en el cajón de la mesa de luz y ahí estaba. Se lo pasé y se lo frotó en los párpados, en el pecho y debajo de la nariz. Se volvió a quedar dormida.

Yo también me froté un poco de vick vaporub en el pecho y me dormí.

Tuve este sueño:

Volaba por los techos de Paris. Y tenía un programa de radio. Y hablaba a todos los argentinos de lo hermoso que era París. Nombraba las calles, los teatros, los cafés, sus quesos, sus vinos y yo era el tipo mas feliz diciéndole a todos cuanto admiraba el viejo mundo, su cultura, Moliere, Victor Hugo, Zola, Sartre, Simone de Beauvoir. Sentía latir en mis venas la tradición europea, su linaje. .

Me despertó la luz del día, durmiendo en el piso. Rojitas y Concordia estaban en la sala.

Cuando aparecí los dos me miraron serios y tranquilos. Parecía que hacia rato que habían vuelto.

Me senté con ellos, me convidaron un mate. Hacía calor.

Ya era el 24 de diciembre.

Concordia agarró la cuchilla de la carne. Lo limpió con un repasador, y cortó el turrón en pedazos. Nos dio un poco a cada uno. Nos miró a los dos y nos dijo que cada noche al acostarse ponía ese cuchillo debajo de la cama.

-Yenny me quiere matar, por eso siempre lo tengo cerca, para defenderme- continuo y miraba la hoja del cuchillo.

-Concordia, hablemos de otra cosa-le ordené casi. Hoy es Navidad.

-Sí, dijo Concordia, obediente -tenés razón, hablemos de otra cosa.

Cuando el sol entró por la ventana nos levantamos y le agradecimos la cena a Concordia. Nos acompañó hasta la puerta, nos despedimos y allí se quedó mientras nos alejábamos.

Volvimos a Capital con Rojitas, los dos con la cara dura, los ojos de vidrio. Ni una palabra.

Solo mirábamos por la ventanilla del colectivo el paisaje de la General Paz.

Era sábado y había poca gente.

La luz del día nos hacía desconocidos.

-Eso no se hace –dijo Rojitas sin mirarme, a la altura de los monoblocks de Piedrabuena.

Lo miré pero él no hizo nada. Dejó la frase latiendo en el aire mientras miraba al frente.

-De qué hablás? le pregunté.

Enfrente nuestro viajaba un chico con su mamá. Llevaba un barco de juguete entre las manos. .-Cuidalo hijo, es tu regalo de navidad- le decía su mama a cada rato.

Rojitas, en un movimiento que no duró mas que un pestañeo, dio un salto y le sacó el barco de las manos al nene y se bajó del colectivo andando. Lo vi alejarse por el vidrio de atrás correr hasta que dobló por una calle, mientras la mujer le gritaba al colectivero que pare y el nene quedo mudo con las manos vacías.

Todos se quedaron mirándome.

-Yo no lo conozco, no se quien es- les dije.

Llegamos a Liniers. Había mucho gente en la estación y una extraña y contagiosa sensación de calma y alegría. Fui caminando por el andén hacia los vagones de atrás y sintiendome uno mas entre la gente, esperé el tren a Moron.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

TARDE

Furia del mar. Furia del viento. Furia de las piedras.

El bote de madera, frágil, en la playa. Luego, dos hombres. El que rema va con una camiseta del Vasco da Gama con el siete en la espalda. El otro, mas viejo, solo mira desde la punta del bote.

Se adentran en el océano con solo dos brazos agitados, contra toda la rabia que insiste en llevar las cosas a la costa. Se animan entre las rocas.

En el mar no hay nadie mas que ellos. Es un atardecer pétreo, gris, duro, violento y armónico.

Sigo con la mirada la ruta esforzada de estos hombres. Comparto con ellos ese inexplicable placer de ir hacia el peligro innecesariamente.

Una tarde de sábado que ya se acaba , terminan desapareciendo de mi vista. Me quedo con el viento y el mar vacío, lamentándome por quedarme en la costa.

domingo, 22 de mayo de 2011

COSAS PERDIDAS

Yo era un niño. Era medio gordito y usaba anteojos. Jugaba muy bien al fútbol, era zurdo, corría muy rápido. A pesar de mi peso, era el más rápido. Mas que el enano Chizzini.

Y en la escuela me había convertido en un alumno regular, luego de unos primeros años humillantes para mis padres. Era gracioso y tímido. Tímido con los grandes y las mujeres.

Y tenía mis enamoradas. Sandra Solá, Maria de Las Nieves, Verónica Labat. Pero había una chica que siempre, siempre fue la mas linda de todas. De primero a séptimo grado: Mariel Jones.

Mariel jugaba al tenis, cuando nadie jugaba al tenis. En polvo de ladrillo. Los fines de semana la íbamos a espiar como jugaba a traves del alambrado del Club Morón. Todos los demas eramos socios del otro club, del 77 FutbolClub, que, como su nombre lo indica , tenía fútbol en vez de tenis, es decir que era mas pobre, mas popular como se usaba decir entonces.

Y Mariel no nos veía, porque el Club ponia una lona que tapaba casi todo el alambrado para que los pobres no espiaramos . Y eso que nosotros le alcanzabamos las pelotitas que tiraban a la calle. Aunque mas de una vez nos las guardabamos.

Recuerdo mucho sus piernitas brotando de la pollerita blanca y el ruido de la pelotita. Poc, Poc, Poc. Jugaba seria y no hablaba. La mirabamos durante horas. Parecía otra chica que la que veíamos en el colegio todos los días. Era la misma, pero multiplicada, en otra escala de la belleza.

El lunes, cuando volviamos al colegio, ni mención a lo del fin de semana. En esos años estaba de moda Brigitte Bardot y Mariel Jones parecia su hermana menor. Que alegría nueva y que agitación era no poder absorver del todo tanta belleza en una mujer. Hasta un apellido extranjero tenía. Me despertaba sentimientos que pasaban del encantamiento a la resignación en milésimas de segundos. Por eso nunca le hablé a los ojos. No podia.

Era la época de los asaltos. Irse a fumar a la plaza, comprando cigarrillos sueltos y

llegar al baile con la Coca bajo el brazo.

Llegó el día de su cumpleaños. Hizo una fiesta en su casa, que quedaba a pocas

cuadras del colegio.

Aunque estaba invitado casi todo el grado, a mi me sorprendio el estar entre los elegidos. Era tal la devoción por ella que , el entrar a su casa junto con otros compañeros, me la tomé como una exclusividad a la que no me creía merecedor.

Y ahí estaba Gutierrez, con su ojos celestes, que era el que condensaba mejor que nadie la incipiente energía erótica del grupo, que se repartía entre el fútbol, las trompadas y el baile. Y Artana, que tambien con ojos celestes, desde la timidez era un maestro de la discreción, ocupaba el angosto y penetrante espacio de seducción que quedaba, desde el silencio y la inteligencia del mejor alumno. Todos estábamos de acuerdo en que fuera el abanderado.

El resto éramos todavía niños de 11 años. El Pato Terán, que solo era rubio, Chizzini, que como todo petiso era jodón, y Gabriel Ramondo, que fumaba en serio, y le gustaban ya las cosas de los grandes.

Y yo.

Como tenía vergüenza casi no bailaba. Ponía los discos. Y todo el tiempo me imponía decir frases originales y graciosas.

Ese día había llevado un sueter naranja. Estaríamos en el mes de octubre, pero como tal vez terminaramos tarde, mi mamá me dijo –llevátelo que tal vez a la noche haga frío-. El sueter me encantaba. Al llegar dejamos nuestros abrigos en la pieza de Mariel.

Asi estaba, poniendo discos. Ya se había hecho de noche. No se como, pero de repente Mariel se me acercó y me preguntó:

-Me prestas tu pullover? Tengo frío.-

Y enseguida la ví en medio de toda la gente, el día de su cumpleaños, con mi pullover naranja.

Mi felicidad era infinita. Mi incredulidad también

Al hacerse mas tarde la fiesta se fue despoblando. Quedaríamos cinco chicos y cinco chicas. Yo estaba sentado en una de esos sillones tipo hamaca de heladeria, de caños y almohadones. Eramos tres, y yo estaba en el medio. Enfrente nuestro, del otro lado del living, estaban las chicas. Sorpresivamente, la ví a Mariel despegarse del grupo, y comenzó a caminar hacia nosotros cruzando la distancia que nos separaba, siempre con mi sueter. Caminó, caminó y caminó. Se paró frente a nosotros que seguíamos sentados, me miró a los ojos, resuelta y dulce, como era ella, y me preguntó:

-Querés bailar conmigo?

Yo la miré tambien. Pensé tan profundo que creo me marée. Antes de responder imagine toda nuestra vida juntos.

-No.- le dije.

No se porque. Nunca supe.

Ella se fue, asi como vino, sin preguntar mas nada.

Al rato vino mi mamá a buscarme. Mariel vino a la puerta a despedirse y a devolverme el pullover. Se lo sacó lentamente, y ví como se le enredo el cabello en el. La saludé y me fui.

Dormí en mi casa abrazado al pullover, oliendo su perfume.