Abrí la puerta del
ascensor del edificio donde yo estudiaba y apareció Perico.
-Que hacés acá?-
le dije, empujándolo hacia afuera,
hacia la calle.
-Necesito el faso-
me contestó desesperado.
-No lo tengo acá,
¿estás loco?-
-Donde está?, vamos
a buscarlo-
Lo llamé a
Esteban.
-Tenes el paquete
de Perico?
-Si - me contestó.
-Voy para allà.
Esperame abajo, que está loco.- lo urgí.
Pasé a
buscarlo por el convento donde
vivía. Estaba en la vereda. Se
subió al auto en la parte de atrás.
El faso de
Esteban era el mejor. Pedro Juan
Caballero auténtico, directo y fresco.
Yo salía con su
hermana, una reina, y cada tanto
la casa del conventillo se llenaba de paraguas con zapatos, despertadores, y panes de macoña. Era
cuando caía Esteban desde Asunción.
Gracias a eso yo me había hecho mi pequeña fama de dealer romántico en
el círculo que frecuentaba. Estudiantes de cine como yo, de teatro y tambien , de casualidad, entre algunos tipos que estaban en el
gobierno. Perico era uno de ellos. Y el Palacio San Martin era el lugar donde
yo le llevaba el faso. Porque yo solo dileaba faso. Era una rutina de una vez
por semana en la que nos pasábamos toda la tarde en una oficina que daba a los
patios internos del Palacio. La escenografía de la oficina estaba formada por
un pequeño escritorio de madera oscura, un sillón de dos cuerpos y un par de
sillas de cuero. No había ni carpetas, ni libros. Sobre el escritorio, donde yo
ponía la yerba nos esperaba una montaña de merca en un plato, y una jarra de
vidrio con agua. Y toda la tarde
transcurría así, tomando pala, tomando agua. El agua era por Zito, el asistente
de Perico, que ahora era un AA y antes
había sido un perseguido por las
AAA ,y siempre estaba presente, tomando con nosotros. Yo volvìa a la
calle puro corazón. Asi es la
merca. Todo el cuerpo te late.
-Adonde vamos? Le
pregunté a Perico.
-Junín 827-me
dijo.
Estábamos en Bartolomé Mitre y
Uruguay un día de semana a las dos de la tarde. Colectivos, autos, taxis,
gente.
Esteban le paso el paquete. Perico, inquieto, se lo puso entre las
bolas. Yo le había prometido llevárselo el día anterior y me colgué. El estaba
encerrado en el departamento de
Junin con otra gente y venían de un fin de semana de pico y tenían que bajar.
Perico se llevo una mano al bolsillo de las monedas, sacó una
bolsita de merca y nos preguntó si queríamos. Hundió una llave en la bolsita y
no dio un saque a cada uno, en
medio del tránsito, como si nos diera sopa, cuando ya encarábamos por Córdoba. -Mierda, se me durmieron los dientes de
adelante- dijo Esteban
-A mi tambien-
-Apurá- me urgió
Perico- Estan todos esperándome.
Yo le grité
-La puta que te
parió Perico, no podés venir asi al Instituto, hermano. Me van a echar a la
mierda.-
Pero no le
importaba nada de lo que yo dijera. Miraba para adelante como queriendo atraer
la calle para hacer mas rápido.
Esteban, que
asomaba la cabeza al asiento delantero me habló a mi como si Perico no
escuchara.
-La guita, la
tiene acá?-me preguntó..
-La tenés acá? –le
pregunté a Perico
-No, no. Tengo
todo arriba- me contestó.
-Subamos con el
–me dijo Esteban
-Claro- le dije
yo.
Al llegar a la
Facultad de Medicina vi muchos pibes como yo, con libros y carpetas en la mano.
Dejamos el auto en
el décimo subsuelo de una playa subterránea.
Llegamos al
edificio y Perico abrió la puerta con la misma llave que nos había habilitado
el pase. Subimos hasta el quinto piso.
Salimos del
ascensor y fuimos hasta el final
del pasillo donde Perico dio dos toques a la puerta , metió la llave y abrió.
Entramos detrás de el.
Lo primero que vi
fue una gran ventana abierta que dejaba ver el cielo azul de la tarde.
Enseguida apareció
una mujer vestida solo con una camisa de hombre que nos hizo un gesto con la cara como todo saludo. Perico fue
hacia una gran mesa de vidrio que
había en el living, donde había un hombre sentado mirando una tv que estaba en
el piso. En la pared opuesta había un largo sillón donde otras dos mujeres, que parecían mellizas, dormían con
los ojos bien apretados.
Perico se sentó y
comenzó a armar porros, uno tras otro. Los encendía y los iba pasando. Como ya
dije, el porro era el poderoso Pedro Juan Caballero. Le fue pasando uno a uno a
sus amigos y a nosotros tambien. Me pidió que lo ayude a despertar a las chicas
del sillón. Lo hicimos a conciencia, como realizando una obra de bien. La chica que nos abrió la puerta se
acercó y nos quedamos
alrededor de la mesa los seis,
fumando. El humo ascendía compacto hacia el techo. Yo lo miré a Esteban que
estaba con la vista fija en la
mesa.. Un tarro de Nescafé volcado, restos de café por toda la mesa y un par de
cucharas junto a unas jeringas
bien oscuras. Perico nos
dijo, ya muy tranquilo
-Se nos había
acabado la blanca-
Y se rió.
Me levanté
despacio de mi silla, la arrastré sobre el piso alfombrado, donde tambien vi
cientos de granos de café y fui hasta la
ventana. El viento me dio
en la cara, vi el cielo y allá abajo la Plaza Houssay. Pude ver y escuchar las
voces de los estudiantes chiquitos pegando carteles y los árboles que se movían
serenos. Me incliné sobre la ventana y vomité.
Al rato, gracias a Pedro
Juan, todo volvió a la
normalidad. Me ofrecieron un pico
y les dije
-No, yo café no
tomo-
-Olvidate del
café- dijo Perico y sacó la bolsita de su pantalón.-Te preparo una de esta-
Me dije porque no.
Yo tenía buenas venas. Le pedí a Esteban que me tenga la goma, me alcanzaron la
jeringa, floppié unos segundos y
me la fui mandando bien bien despacio.
Bajé a la calle.
Con Esteban colocado como yo y con la plata en el bolsillo.
Caminamos hasta el
convento, donde estaba mi reina. Recién bañada. Olía a rico jabón, a
primavera.