jueves, 27 de diciembre de 2012

LA PRIMAVERA


Abrí la puerta del ascensor del edificio donde yo estudiaba y apareció Perico.
-Que hacés acá?- le dije,  empujándolo hacia afuera, hacia  la calle.
-Necesito el faso- me contestó desesperado.
-No lo tengo acá, ¿estás loco?-
-Donde está?, vamos a buscarlo-
Lo llamé a Esteban.
-Tenes el paquete de Perico?
-Si - me contestó.
-Voy para allà. Esperame abajo, que está loco.- lo urgí.
Pasé a buscarlo  por el convento donde vivía.  Estaba en la vereda. Se subió al auto en la parte de atrás.
El faso de Esteban  era el mejor. Pedro Juan Caballero auténtico, directo y fresco.
Yo salía con su hermana, una reina,  y cada tanto la casa del conventillo se llenaba de paraguas con zapatos,  despertadores, y panes de macoña. Era cuando caía Esteban desde Asunción.  Gracias a eso yo me había hecho mi pequeña fama de dealer romántico en el círculo que frecuentaba. Estudiantes de cine como yo,  de teatro y tambien , de casualidad,  entre algunos tipos que estaban en el gobierno. Perico era uno de ellos. Y el Palacio San Martin era el lugar donde yo le llevaba el faso. Porque yo solo dileaba faso. Era una rutina de una vez por semana en la que nos pasábamos toda la tarde en una oficina que daba a los patios internos del Palacio. La escenografía de la oficina estaba formada por un pequeño escritorio de madera oscura, un sillón de dos cuerpos y un par de sillas de cuero. No había ni carpetas, ni libros. Sobre el escritorio, donde yo ponía la yerba nos esperaba una montaña de merca en un plato, y una jarra de vidrio con agua.  Y toda la tarde transcurría así, tomando pala, tomando agua. El agua era por Zito, el asistente de Perico, que ahora era un AA y antes  había sido un perseguido por las  AAA ,y siempre estaba presente, tomando con nosotros. Yo volvìa a la calle puro corazón.  Asi es la merca. Todo el cuerpo te late.
-Adonde vamos? Le pregunté a Perico.
-Junín 827-me dijo.
Estábamos en Bartolomé Mitre y Uruguay un día de semana a las dos de la tarde. Colectivos, autos, taxis, gente.
Esteban le paso el paquete. Perico, inquieto, se lo puso entre las bolas. Yo le había prometido llevárselo el día anterior y me colgué. El estaba encerrado  en el departamento de Junin con otra gente y venían de un fin de semana de pico y tenían que bajar.
Perico se llevo una mano al bolsillo de las monedas, sacó una bolsita de merca y nos preguntó si queríamos. Hundió una llave en la bolsita y no dio un saque a cada uno,  en medio del tránsito, como si nos diera sopa, cuando ya encarábamos por Córdoba. -Mierda, se me durmieron los dientes de adelante- dijo Esteban
-A mi tambien- 
-Apurá- me urgió Perico- Estan todos esperándome.
Yo le grité
-La puta que te parió Perico, no podés venir asi al Instituto, hermano. Me van a echar a la mierda.-
Pero no le importaba nada de lo que yo dijera. Miraba para adelante como queriendo atraer la calle para hacer mas rápido.
Esteban, que asomaba la cabeza al asiento delantero me habló a mi como si Perico no escuchara.
-La guita, la tiene  acá?-me preguntó..
-La tenés acá? –le pregunté a Perico
-No, no. Tengo todo arriba- me contestó.
-Subamos con el –me dijo Esteban
-Claro- le dije yo.
Al llegar a la Facultad de Medicina vi muchos pibes como yo, con libros y carpetas en la mano.
Dejamos el auto en el décimo subsuelo de una playa subterránea.
Llegamos al edificio y Perico abrió la puerta con la misma llave que nos había habilitado el pase.  Subimos  hasta el quinto piso.
Salimos del ascensor  y fuimos hasta el final del pasillo donde Perico dio dos toques a la puerta , metió la llave y abrió. Entramos detrás de el.
Lo primero que vi fue una gran ventana abierta que dejaba ver el cielo azul de la tarde.
Enseguida apareció una mujer vestida solo con una camisa de hombre que  nos hizo un gesto con la cara como todo saludo. Perico fue hacia  una gran mesa de vidrio que había en el living, donde había un hombre sentado mirando una tv que estaba en el piso. En la pared opuesta había un largo sillón  donde otras dos mujeres, que parecían mellizas, dormían con los ojos bien apretados.
Perico se sentó y comenzó a armar porros, uno tras otro. Los encendía y los iba pasando. Como ya dije, el porro era el poderoso Pedro Juan Caballero. Le fue pasando uno a uno a sus amigos y a nosotros tambien. Me pidió que lo ayude a despertar a las chicas del sillón. Lo hicimos a conciencia, como realizando  una obra de bien. La chica que nos abrió la puerta se acercó  y nos quedamos alrededor  de la mesa los seis, fumando. El humo ascendía compacto hacia el techo. Yo lo miré a Esteban que estaba  con la vista fija en la mesa.. Un tarro de Nescafé volcado, restos de café por toda la mesa y un par de cucharas junto a unas jeringas  bien oscuras. Perico  nos dijo, ya muy tranquilo
-Se nos había acabado la blanca-
Y  se rió.
Me levanté despacio de mi silla, la arrastré sobre el piso alfombrado, donde tambien vi cientos de granos de café y fui hasta la  ventana.  El viento me dio en la cara, vi el cielo y allá abajo la Plaza Houssay. Pude ver y escuchar las voces de los estudiantes chiquitos pegando carteles y los árboles que se movían serenos. Me incliné sobre la ventana y vomité.  
   Al rato, gracias a Pedro Juan,  todo volvió a la normalidad.  Me ofrecieron un pico y les dije
-No, yo café no tomo-
-Olvidate del café- dijo Perico y sacó la bolsita de su pantalón.-Te preparo una de esta-
Me dije porque no. Yo tenía buenas venas. Le pedí a Esteban que me tenga la goma, me alcanzaron la jeringa,  floppié unos segundos y me la fui mandando bien bien despacio.
Bajé a la calle. Con Esteban  colocado como yo  y con la plata en el bolsillo.
Caminamos hasta el convento, donde estaba mi reina. Recién bañada. Olía a rico jabón, a primavera.