lunes, 18 de mayo de 2009

CUADRO CON PAJAROS

Rizzo me pide que lo espere del otro lado.
–Viene un buche con un cuento, pegate a la puerta y escuchá.-
Me voy a la otra pieza. Un morocho flaquito está preparando un mate. Es uno de los aprendices en la comisaría. Alguien lo llama, con voz de perro, y sale de pique dejando la pava en el fuego y el mate haciendo equilibrio sobre la mesa con mantel de hule. Me acerco a la puerta, pego mi oreja para escuchar bien. Estoy tenso. Escucho a Rizzo que dice en tono agrio.
– Sentate. Que tenes? Te escucho.
La respuesta tarda en llegar.
-No te oigo -dice Rizzo levantando la voz
–Sé donde están los fierros- contesta una voz débil.
Luego sigue una conversación que escucho como si estuviera viendo sombras. Oigo los contornos, los tonos, las inflexiones, pero me cuesta entender lo que dicen. Solo escucho algunas palabras con claridad: monada mosquito me conocen Uruguay cuetes no te preocupes. Esa voz del buche se oye apenas, como la voz de un alumno asustado.
En la pieza donde estoy hay un televisor clavado en Crónica TV, que funciona día y noche. Faltan ochenta y siete días para el verano. Por la puerta que da al patio camino a las celdas, entra el sol de la mañana. Sobre la mesa hay un mate, una lata de yerba Rosamonte y en las paredes unos cuadros con pájaros y otros con caballos.
Vuelvo a escuchar. Silencio. Me pregunto si el buchón se fue. Espero. Luego de unos minutos abro tímidamente la puerta y Rizzo me dice
-Vení-
-Ya se fue?-
-Si. Escuchaste algo?.-
Me siento frente a el. Está sin uniforme. Una banderita argentina sobre el escritorio. Gruesas carpetas con expedientes judiciales que va firmando sin mirar.
-Zalabardo, Zalabardo- grita
Entra enseguida un gordo con gruesos anteojos, también de civil, que me saluda, dándome la mano.
-Llevate esto, lo conocés? –le dice Rizzo, mientras me señala
-Claro- contesta Zalabardo y se lleva las carpetas.
-Que te dijo?- le pregunto
-Asaltaron una armería en Virreyes, recuperamos casi todo, pero faltan unas granadas, y el pibe me dice que sabe donde están.-
-Y donde están?
-La tienen escondidas en La Cava-
-Pensas que es verdad?
-No sé
-Y el pibe vive ahí?
-Sí. Era chorro.
-Y ahora?
-No, ahora no. –Me dice Rizzo.- Carlitos,-gritó- ¿qué pasa con el mate?
-Y como lo conociste?
-. Me tirotee con el, hace dos años. ¡¡Carlitos!!-
Entra el morochito que estaba en la cocina con el mate y el termo. No tiene más de dieciséis años.
-Viejo, como puede ser que tardes tanto con el mate,-y dirigiéndose a mi-este pone la yerba, se hace una paja, pone el agua, otra paja, le hierve el agua como cinco veces...-
Carlitos se ríe tímido mostrando unos jóvenes dientes blancos y se queda mirando por la ventana que da a la calle. El mismo gesto del Che que lleva estampado en su remera.
Rizzo, que también se ríe, le dice que se puede ir.
-Te tiroteaste con el?
-Sí. Estaba afanando con cuatro más la financiera de Gutierrez . De repente lo veo asomado y le pegué un tiro en la cabeza. Cuando terminó todo, me acerque a verlo. Pobrecito. Una pena era la cabeza. Dieciséis años tenía. Llego la ambulancia y lo acompañé al hospital .
Por la ventana aparece una mujer.
-Por favor Rizzo, otra vez lo mismo? me saca el patrullero delante de mi portón?
-Perdón señora, ya mismo se lo saco- le dijo y lo llamo al Segundo para que lo corra. El Segundo entró corriendo para pedirle las llaves que estaban en su escritorio.
Lo fui a visitar todos los días hasta que le dieron de alta en el Hospital. -continúa Rizzo, mientras se ajusta el cinturón.- Y desde entonces cada tanto me viene a ver. Lo llegan a ver que entra acá y lo liquidan. Está jugado, pobre. Con los que te cagás a tiros te encariñas.
Se levanta, se pone el saco, un poco de perfume y la 9mm en la cintura.
-Y le das plata?
- Depende lo que me traiga, 10, 20 pesos o nada. Vamos? –me dice.
-Vamos.
Salimos de su oficina, deja unas órdenes en la guardia, donde siempre hay familiares de presos esperando noticias y salimos bajo el sol del mediodía a las tranquilas calles del norte del GBA. Subimos a su pequeño auto japonés, pone la música al taco y arrancamos. Hacemos dos cuadras .
-Equipo nuevo-me dice, y lo sube más.
Soda Stereo al mango en el auto del comisario.
No seas tan cruel dice la canción.
De repente, baja la velocidad. Y la música.
-Esperá, esperá-me dice- ahí va-
Miro para todos lados
-Quien? –pregunto.
El auto va como un gato. Rizzo lleva una mano a la cintura corriéndose el saco.
Por la vereda, un hombre en bicicleta, pedaleando despacio.
Cinco metros adelante, un chico rengo y contrahecho caminando como si la pared le imantara su lado izquierdo. Una renguera temblorosa y frágil
-Esperá…-me repite Rizzo.
Lo miro y su vista va del hombre de la bicicleta al tullido.
Escucho el andar de la bicicleta.
Nosotros quietos.
La bicicleta pasa al lado del pibe y sigue.
Entonces Rizzo retoma la marcha.
Mientras nos alejamos me quedo mirando al buche cada vez mas pequeño apretado contra el paredón.
-Tengo miedo que me lo maten- me dice. Y pone la música bien fuerte.

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