domingo, 22 de mayo de 2011

COSAS PERDIDAS

Yo era un niño. Era medio gordito y usaba anteojos. Jugaba muy bien al fútbol, era zurdo, corría muy rápido. A pesar de mi peso, era el más rápido. Mas que el enano Chizzini.

Y en la escuela me había convertido en un alumno regular, luego de unos primeros años humillantes para mis padres. Era gracioso y tímido. Tímido con los grandes y las mujeres.

Y tenía mis enamoradas. Sandra Solá, Maria de Las Nieves, Verónica Labat. Pero había una chica que siempre, siempre fue la mas linda de todas. De primero a séptimo grado: Mariel Jones.

Mariel jugaba al tenis, cuando nadie jugaba al tenis. En polvo de ladrillo. Los fines de semana la íbamos a espiar como jugaba a traves del alambrado del Club Morón. Todos los demas eramos socios del otro club, del 77 FutbolClub, que, como su nombre lo indica , tenía fútbol en vez de tenis, es decir que era mas pobre, mas popular como se usaba decir entonces.

Y Mariel no nos veía, porque el Club ponia una lona que tapaba casi todo el alambrado para que los pobres no espiaramos . Y eso que nosotros le alcanzabamos las pelotitas que tiraban a la calle. Aunque mas de una vez nos las guardabamos.

Recuerdo mucho sus piernitas brotando de la pollerita blanca y el ruido de la pelotita. Poc, Poc, Poc. Jugaba seria y no hablaba. La mirabamos durante horas. Parecía otra chica que la que veíamos en el colegio todos los días. Era la misma, pero multiplicada, en otra escala de la belleza.

El lunes, cuando volviamos al colegio, ni mención a lo del fin de semana. En esos años estaba de moda Brigitte Bardot y Mariel Jones parecia su hermana menor. Que alegría nueva y que agitación era no poder absorver del todo tanta belleza en una mujer. Hasta un apellido extranjero tenía. Me despertaba sentimientos que pasaban del encantamiento a la resignación en milésimas de segundos. Por eso nunca le hablé a los ojos. No podia.

Era la época de los asaltos. Irse a fumar a la plaza, comprando cigarrillos sueltos y

llegar al baile con la Coca bajo el brazo.

Llegó el día de su cumpleaños. Hizo una fiesta en su casa, que quedaba a pocas

cuadras del colegio.

Aunque estaba invitado casi todo el grado, a mi me sorprendio el estar entre los elegidos. Era tal la devoción por ella que , el entrar a su casa junto con otros compañeros, me la tomé como una exclusividad a la que no me creía merecedor.

Y ahí estaba Gutierrez, con su ojos celestes, que era el que condensaba mejor que nadie la incipiente energía erótica del grupo, que se repartía entre el fútbol, las trompadas y el baile. Y Artana, que tambien con ojos celestes, desde la timidez era un maestro de la discreción, ocupaba el angosto y penetrante espacio de seducción que quedaba, desde el silencio y la inteligencia del mejor alumno. Todos estábamos de acuerdo en que fuera el abanderado.

El resto éramos todavía niños de 11 años. El Pato Terán, que solo era rubio, Chizzini, que como todo petiso era jodón, y Gabriel Ramondo, que fumaba en serio, y le gustaban ya las cosas de los grandes.

Y yo.

Como tenía vergüenza casi no bailaba. Ponía los discos. Y todo el tiempo me imponía decir frases originales y graciosas.

Ese día había llevado un sueter naranja. Estaríamos en el mes de octubre, pero como tal vez terminaramos tarde, mi mamá me dijo –llevátelo que tal vez a la noche haga frío-. El sueter me encantaba. Al llegar dejamos nuestros abrigos en la pieza de Mariel.

Asi estaba, poniendo discos. Ya se había hecho de noche. No se como, pero de repente Mariel se me acercó y me preguntó:

-Me prestas tu pullover? Tengo frío.-

Y enseguida la ví en medio de toda la gente, el día de su cumpleaños, con mi pullover naranja.

Mi felicidad era infinita. Mi incredulidad también

Al hacerse mas tarde la fiesta se fue despoblando. Quedaríamos cinco chicos y cinco chicas. Yo estaba sentado en una de esos sillones tipo hamaca de heladeria, de caños y almohadones. Eramos tres, y yo estaba en el medio. Enfrente nuestro, del otro lado del living, estaban las chicas. Sorpresivamente, la ví a Mariel despegarse del grupo, y comenzó a caminar hacia nosotros cruzando la distancia que nos separaba, siempre con mi sueter. Caminó, caminó y caminó. Se paró frente a nosotros que seguíamos sentados, me miró a los ojos, resuelta y dulce, como era ella, y me preguntó:

-Querés bailar conmigo?

Yo la miré tambien. Pensé tan profundo que creo me marée. Antes de responder imagine toda nuestra vida juntos.

-No.- le dije.

No se porque. Nunca supe.

Ella se fue, asi como vino, sin preguntar mas nada.

Al rato vino mi mamá a buscarme. Mariel vino a la puerta a despedirse y a devolverme el pullover. Se lo sacó lentamente, y ví como se le enredo el cabello en el. La saludé y me fui.

Dormí en mi casa abrazado al pullover, oliendo su perfume.

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