sábado, 1 de mayo de 2010

EL COLEGIO

Frente al Colegio Nacional Buenos Aires hay un bar. En ese bar, Pablo toma vino. Mira por la ventana a los alumnos que entran al Colegio Son las ocho de la mañana.

Sobre la silla tiene un bolso repleto de libros. Borges, Quevedo, Freud, Félix Luna, Platón, y una edición de 1890 de Coplas por la muerte de su padre, que le robó a un amigo librero.

Pide un whisky. Su hermana le prestó cien pesos y se los va a gastar durante la mañana. Lo toma. Sobre la mesa, paquetes de cigarrillos de distinta marca: Kent, Pall Mall suaves, Kool mentolados.

A las nueve pide otro whisky, el tercero. Tiene un plan. Quiere hacerse algún amigo o amiga del Colegio.

Los dientes los tiene marrones por la nicotina, por el alcohol, y piensa Pablo, que también por los calmantes, cinco en total, el chaleco químico, le dice el, lo dicen todos en el hospital Alvear. Y por la edad, son cuarenta y dos años que cumple hoy.

Los anteojos, que le aprietan la sien, acentúan sus enormes ojos celestes, siempre bien abiertos, ratificando el insomnio que lo persigue.

El saco marrón no le cierra porque esta muy hinchado por la ginebra, las empanadas y el lemon lyptus.

No es que los admire a los alumnos del Colegio. Los quiere tener cerca y aprender algo de esa escuela.

Otro whisky mientras desenreda los cables del audífono de la radio que lleva a todos lados.

Las diez. Calibra el dial y escucha un programa de la comunidad rumana que se sintoniza por San Telmo.

Cada tanto se saca los auriculares de los oídos y dice “demasiada información”.

Mas whisky.

Lee, en voz alta, Carmen en francés. El mozo le pide que baje la voz y el obedece. Pide crema batida con mucha azúcar. Le traen una taza y pide otra , la toma y pide una más.

Después de limpiarse la boca, vuelve al vino.

Pablo conoce bien la ciudad. Al sur de Avenida de Mayo no molesta a nadie un borracho pacifico. Menos si es lector y petiso con anteojos como es el. Y psiquiatra, aunque no lo dejen ejercer.

A las once sale a la puerta del bar a tomar aire, con una copa en la mano. Con el saco puesto, en la vereda, parece un burócrata agobiado. El mozo lo relojea tranquilo desde adentro, como si lo tuviera atado por una cuerda invisible.

Vuelve a entrar.

Prende otro cigarrillo. Se va poniendo nervioso y tiene un acceso de tos que no para hasta que el mozo se acerca y le apoya una mano en la espalda y lo va calmando. Le da un vaso de agua y Pablo le agradece con los ojos y con su voz cortés aún agitada mientras saca del bolsillo del saco una lemon lyptus que se lleva a la boca.

Empiezan a salir los alumnos del Colegio. Pablo paga, junta sus cosas y sale. Cruza la calle. Busca entre los alumnos a su futura amiga y ve a una, que está junto a dos chicos mas. Se acerca. Se detiene a un metro, busca un cigarrillo. Se le acabaron. Los estudiantes perciben su presencia y se callan. Los varones dan un paso al frente. Pablo los mira desde sus grandes ojos. La ve a ella, hermosa en sus dieciséis años y le ofrece el incunable de Manrique, Coplas por la muerte de su padre.

-Este libro puede arreglar tu vida, como arregló la mía. Te lo regalo si me das un beso- le dice

Ella mira el libro.

-Un beso no, te puedo dar un cigarrillo-le dice.

La mano de ella queda extendida en el aire con el cigarrillo.

-Está bien, tambien necesito un cigarrillo.- dice Pablo.

Ella le dice chau y comienza a alejarse con sus amigos.

Pablo camina despacio para tomar el subte A. No sabe como hará para despertarse en Loria, unas pocas estaciones mas adelante. Mientras tanto prende el cigarrillo y piensa que para ganarse una amiga hay que hacer algunas concesiones

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