martes, 13 de octubre de 2009

EL MARCONI

A fines de los setenta iba a bailar al Marconi. Ese viejo hotel enfrente de Plaza Once. Iba a levantarme veteranas perfumadas. Peinadas en la peluqueria, la piel lisa y blanca, mucho rouge y envueltas en baratos vestidos lujosos. Todas fumadoras. Me gustaba ir solo.
No me interesaban los boliches a los que iban mis amigos. Buscaba satisfacer mis impulsos deformes deambulando por las calles, capturando imágenes que me acompañaban desde chico. Mi tía Luisa y Estela, una vecina del barrio me iniciaron en el fetiche. Pies, piernas, tetas. Mi imaginario sexual, estaba muy ocupado en esas imágenes. Cada vez que olia, acariciaba y penetraba esas pieles podría decir que descargaba mucho mas que semen. Era sustancia cerebral cargada con memorias infantiles. No quería novias, ni seducción de suburbio clase media.
Lejos de mi casa, lejos de mis amigos, lejos de todo lo conocido.
La entrada estaba sobre la recova de la calle Pueyrredón , frente a la plaza , donde aún a la medianoche, persistía el olor a hamburguesas, la venta de plásticos, relojitos, perfumes, medias, bufandas y cientos de pelotudeces importadas.
Llegaba a eso de las once y me quedaba un poco en la puerta. Había un portero petiso y morocho, vestido con una especie de smoking, al que todas esas viejas stars llamaban por su nombre. Yo las veía desde un costado, y asi iba entrando en un estado de suspensión pajera, que siempre resulta efectiva en la calle, siempre viene con premio, ya que hay mucha gente sola en esta ciudad, que navega en tu misma sintonía de deriva sexual.
El salon de baile era en el tercer piso y se subía en ascensor. Lo manejaba un ascensorista, que siempre tenía una revista Goles, al que tambien nombraban las rubias.
Como yo era un pendejo entraba al ascensor casi mirando para abajo. Nunca supe porque ahí estas mujeres me ninguneaban. O me miraban con el desprecio con el que se mira a un extranjero.
Apenas bajabas del ascensor, empezabas a percibir el talco y los perfumes dulces. Y, como si entrara en un sueño, un aire inconsciente, pura fantasía, deseos sueltos, venian a mi. Una mezcla baja y narcótica de carnalidad, sin forma y sin palabras.
Mesas con manteles a ambos lados de la pista. Y atrás, grandes ventanales que daban a la Plaza Miserere y a la avenida Rivadavia. Mozos con bandejas que mandaban como los dueños. Y, en mil nueve setenta y nueve, había dos orquestas en vivo, una que tocaba tango y la otra hacia el numero tropical. El tango no era para mi, me devolvía de mala manera a la realidad, y era el momento en que me iba un poco del lugar. Pero la tropical nos calentaba a todos y era la música de mis levantes insensatos. Ricky Maravilla, Alcides y el Cuarteto Imperial me facilitaron en vivo muchos de esos arrebatos.
Separadas. Viudas. Enfermeras. Extras de TV. Empleadas públicas. Mujeres de taxistas, de policías, de marinos, empleadas domésticas. Y putas baratas, de la calle. Mujeres marcadas. Todas en busca de un poco de cariño, o algo que se le parezca. Predominaban las rubias, los vestidos negros, los escotes, los zapatos con taco alto fino, uñas largas pintadas y todo un despliegue de bijouterie. Obscenidad nocturna, callejera, furtiva, pornografía móvil.
Yo tenía dieciocho años. Bastante menos que todos.
Una noche, en el Marconi, la conocí a Caty.
Era fea, y alguna hormona interior se sacudió dentro mio advirtiéndome de su procacidad. Fui impulsado hacia ella con toda la fe del deseo y enseguida estábamos bailando. Y enseguida nos estábamos besando. Tenía hermosas y grandes tetas. Con tacos era un poco mas alta que yo, por lo que me era muy fácil morderle el cuello, y ella pegaba grititos en mi oreja. Su especialidad era la lengua. Vigorosa, larga y muy inquieta. Esa noche el Marconi estaba lleno y con al agite de la música ibas franeleándote con todos, pero yo especialmente con Caty. Sentía sus muslos, tocaba su culo, y ella tenía despiertos, alertas, imantados, todos sus músculos para impulsarte a mas. El arte de la succión de la que hablaré mas adelante, se expresaba en ella de muchas formas y lo aplicaba desde cualquier lugar de su cuerpo.
Cuando un tema no nos gustaba, volvíamos a la mesa y ella metia sus largos dedos, sus afiladas uñas, su habilidosa mano, en mi pantalón y me agarraba la pija , como si la conociera de toda la vida . Le insistí para irnos a un telo, pero quería quedarse bailando y apretando allí.
Terminamos saliendo cuando se prendieron las luces y la música se acabó. Salimos a la Plaza. Hacía frío y nos sentamos en un banquito y seguimos a los besos descaradamente. Hoy no, me dijo.
Me pidió que la acompañara a Floresta, donde vivía. Y fuimos los dos en el cincuentitrés. La luz del día fue haciendo todo mas inocente. La despedí en el frente de su casa, atrás de la cancha del All Boys, con otros besos profundos acompañados por las manos de ambos, hasta que me pidió que parara, porque nos va a ver mi mamá, me dijo, como si tuviera quince años.
No nos dimos ningún dato. Nos despedimos hasta el próximo sábado en el Marconi.
Pensé mucho en la semana en ella. Mas allá y mas acá de las pajas. Me había alcanzado esa animalidad de la carne. Estaba como estan los perros.
Llegó el sábado.
Esta vez no hubo espera en la puerta. Estaba ansioso por verla y apenas llegué empecé a buscarla con hambre y sed.
Como tardaba en llegar, me puse a bailar con otras mujeres, hasta que en una vuelta la ví sentada en una de las mesas. Dejé enseguida lo que estaba haciendo y me acerqué a ella. Estaba con las mismas dos amigas que el sábado anterior. Me dí cuenta que habían llegado hacia un rato porque una de las amigas ya estaba un poquito transpirada por un cabo morocho. Caty la iba de enojada y no me dirigió la palabra .
Luego de mucho insistirle y decirle mentiras hermosas, desistí. Volví a la pista y empezamos un juego de celos. Me puse a bailar con una gorda arrabalera que me venía mirando desde que había entrado. Al rato de bailar apretados me decía al oído, nene , venite a mi casa, mi marido está en el mar.
Mientras tanto Caty estaba con un tipo trajeado que la hacia bailar y dar vueltas como el mejor. Yo llevaba a mi gorda cerca de ellos y me pegaba a Caty para rozarla. Ella se quedaba un poquito, y despues, ofendida, se alejaba de mi abrazada al tipo.
El juego fue transformándose un poco peligrosamente porque los dos fuimos sabiendo como ir provocándonos usando a los otros.
Ya el tipo se sentaba en la mesa con ella y yo empecé a perderme en el juego. La despaché a la gorda , que me puteó primero y después me dijo te espero.
Apenas me vio solo, Caty se deshizo del tipo y se quedó mirándome. La fui a buscar y nos pusimos a bailar muy lentamente y mientras yo le decía al oído me volvés loco, ella me pedía que le apretara el culo , que me calle, que la bese.
-Hoy voy a ser tuya- me dijo y despues comprendí, muy rápido para mi edad, lo que quería decir. Cathy es la medida de la entrega, en el sentido mas directo, mas concreto.
Fuimos a un telo sobre la calle Jujuy. Un cuarto pequeño, un colchón muy finito y angosto.
Nos desnudamos muy rápido. Era una reina de una categoría física muy distinta al resto de las mujeres que había conocido. Muy decidida para el sexo, piernas fuertes y largas, un culo enorme y elástico, una espalda eterna, con mucha agua en su boca, una fina artista de la felación, que se prendió a mi pija con fuerza y tiempo, y tambien se dedicó a mis manos y pies. Le gustaba, era eso. Me llevó con deseo por toda la geografía de la cama y del cuerpo. Me enseñó lo que sé.
Fue así durante tres meses, cada sábado al Marconi y luego al telo. Bailábamos y cogíamos hasta cerca del mediodía de cada domingo. Nunca hablamos de nada especial. Ni donde trabajas, ni ningún teléfono, ni hablar de la familia. Ni de almorzar.
Un sábado yo no pude ir, y al siguiente fue ella la que no vino. Fui varios sabados mas y tampoco apareció.

Dejé de ir. Empecé a envejecer rápido. Cambié la cumbia por el rock y el cine. En una fiesta conocí a una linda chica de Haedo, con una familia normal y me puse de novio, comía milanesas con sus padres, iba al cine con amigos los sábados.
Mas o menos lo que hago ahora.

Muchos años despues, mas de quince, buscando locaciones para una película iba en auto por los bosques de Palermo, un día de primavera, a eso de las seis de la tarde. Me acompañaba el Director de Arte, un viejo medio hipposo, con el que había desarrollado una especie de amistad. Ibamos mirando lugares por esos caminos internos del bosque, cuando vimos a lo lejos a una mujer , con el pelo hasta la cintura. Por las proporciones, y por la clara actitud de estar trabajando, de lejos parecía un travesti. Cuando estuvimos mas cerca, la pudimos ver bien. Pasamos lentamente, y con una bella obscenidad nos mostró su lengua y sus tetas.
-Quien se puede coger a ese bicho?- dijo el viejo.
No dije nada, pero mi pulso se aceleró. Apuré todo, lo dejé al viejo en la productora y volví al bosque.
Todavía estaba ahí. Acerqué el auto, bajé la ventanilla, hizo el mismo acto y recordé claramente esas tetas y esa lengua. Hola amor, me dijo, no queres que te la chupe. Le pregunté como se llamaba , me llamo Adriana. Subí, le dije. Le pregunté cuanto cobraba y me dijo veinte si te la chupo acá y si queres ir al hotel, cincuenta. Hagámoslo acá, le dije.
Me indicó donde ir, mientras me decía, papi, mirá mis tetas, ¿no te gustan?
Paré el auto en un caminito perdido del parque, aún era de día.
Abrí mi bragueta, se agachó, y allí estaban otra vez ella y mi pija. Cuando terminé, Caty abrió su cartera, sacó un frasco de Espadol , se hizo un buche y escupió por la ventanilla. Se dio vuelta y me preguntó muy segura de si misma si me habia gustado. Le dije la verdad, que no habia nadie mejor que ella.
La dejé en el mismo lugar donde la encontré. Al despedirnos me dijo chau amor, la próxima llevame al hotel y te juro que no te olvidas mas de mi. Me dio un beso de lengua y se bajó del auto
Y me fui.


El cuento terminó. La volví a ver varias veces luego de este reencuentro en el bosque. Nunca nos dijimos nada del Marconi, como tampoco nos habiamos contado grandes cosas en el año setenta y nueve. Puedo agregar aquí algunas cosas que no dije en el cuento. Creció en una familia pobre en el Chaco, intentaron algo en la capital y esta no los trató bien. Como sabemos que trata la ciudad a mucha gente. Me dijo que hacia ocho años que trabajaba de puta, que hacia dos que estaba en el bosque, me contó de las transas con la policía, me contó que a veces se garchaba a un gordo puto famoso del teatro, quien se masturbaba mientras ella le hacia un strip tease. Se divertía con su trabajo. No tenía hijos. En esa época, yo, mas domesticado y melancólico, andaba bastante solo y busqué sus placeres y sus entregas con cierta frecuencia. Ibamos generalmente a un telo ahí cerca del bosque. Esos encuentros tenían la misma calidad de quince años atrás y, aún pagando, eran un gran reparo para mi corazón.

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